At my feet // A mis pies

I saw him walk in, like always: head down, with that mix of fear and worship in his eyes.
As soon as he crossed the threshold, he dropped to his knees without me having to say a word.
Good slave.

I was wearing black stiletto heels, tall as hell, with a shiny platform. On purpose. I knew it drove him insane.
I walked slowly, heels clicking on the stone floor. Each step was a sentence.

– “Face to the floor,” I ordered, my voice dry, emotionless.
He hesitated for half a second. Too long.
– “Is that your reaction time, you worthless fuck?”

I spat on him without warning. A thick, hot thread slid down his cheek. He didn’t dare wipe it off.
Good.

I stood right in front of him. Raised my heel and pressed it against his face like he was a doormat. He shivered. I pushed him down with my foot until he was flat on his back.

– “You’re going to kiss my feet like the bitch you are. And you really don’t want to know the punishment if I catch you skipping any spot.”

He did as he was trained. Carefully removed my shoes and started kissing my instep, lips trembling.
When he reached my sole, I sat down to enjoy the sight of that little slut licking my perfect bottoms.
Down there. Where he belongs.

I planted my heel right in his mouth.

– “Open.”
He opened. I slid the heel in and said:
– “Suck. Suck it properly, fucker. This is a fucking gift for you.”

And of course he sucked. Greedy for it. Obedient.
I told him to stop, pulled out my heel. And again—
– “Open.”
He did, and I shoved my foot in deep.

– “Now I’m going to fuck your mouth with my foot. Don’t you dare throw up.”

And fuck it I did…
I loved the sound of him gagging, gagging hard. I kept thrusting my foot into his mouth, listening to the disgusting noises his throat made. I did it rough, without pause, watching drool spill from his lips and his eyes bulge.

– “Don’t stop, pig. Even if you choke.”

I grabbed his hair and forced my foot in deeper. Kept going until he started trembling. Then I shoved him aside.

I gave him a few seconds to recover. I’m generous like that.
– “You didn’t think we were done, did you?”

I grabbed his hair again and slapped him so hard his face turned.
Then again. And again. Let go of his hair and started alternating cheeks until they were red and glowing.

Then:
– “Count.”
Smack!
– “One.”
Smack!
– “Two.”

Like that, all the way to thirteen.
Why thirteen? Because the idiot thought I’d stop at ten. And I hate when he gets clever.

After the thirteenth slap, he looked a bit spaced out. I said it again:
– “Open.”

I spat in his mouth this time.
– “Swallow.”
He did. Good slave.

He knows any drop of me is a blessing.

I grabbed his neck and pulled him back.
– “Now I’m going to use you for what you are: a hole.”

I slowly took off my panties, letting the scent fill the air.
Then I went for the strap-on.
Black. Big. Way too big for someone like him.

I buckled it on slowly, keeping my eyes on him as he squirmed on the floor, wide-eyed.

– “What’s wrong? Scared? You should be.”

I climbed on top of him without asking. Consent’s been given long before — this was our game, our contract.
I grabbed his face and spat again.
– “Open up.”

I spat on his ass. Used my fingers to start opening him, but he was tight — always is, at the beginning.
– But I teach with my body. With pain. With power.

I poured lube on him and on the strap-on and started sliding it in. Slowly. Then harder. Until I was fucking his ass just the way I like it.

– “I’m going to break your ass, bitch.”

And I pushed.

– “Shut up. I don’t want to hear you cry. I want to hear you moan like the slut you are.”

I kept thrusting, gripping his neck — not to choke him, not fully. Just enough to remind him who rules.
My hips slammed against him with every thrust.

Each one crueler.
Deeper.
Mine.

Until I felt his body start to tremble.

– “You gonna cum?”
I spat on him.
– “Don’t you fucking dare.”

He writhed. I pounded harder. Slapped him again — I knew it made him harder.
And then suddenly… he came.
Without touching himself.

– “What the fuck are you doing, bitch?!”

He was completely gone.
He’d cum just from being used, convulsing, eyes lost in space — drowning in humiliation and pleasure.

I stayed inside him for a few more seconds, watching his red face, his heavy breath, the shame of having climaxed while being impaled by his Mistress.

I got up slowly, removed the harness without looking at him. Walked over.

Wiped his cum off his belly with my left foot and smeared it across his face.

– “Clean,” I ordered, heel resting on his mouth.
He licked. Submissive. Defeated. Grateful.

I smiled.
Then I reminded him what a dog he was and left him there:
Spat on, fucked, face covered in his own cum.
Humiliated — but no doubt happy to have served me.

Lo vi entrar como siempre: cabizbajo, con esa mezcla de miedo y adoración en los ojos. Apenas cruzó la puerta, cayó de rodillas sin que yo tuviera que decir una sola palabra. Buena perra.

Llevaba tacones de aguja negros, altísimos, con plataforma brillante. A propósito. Sabía que eso lo desquiciaba. Caminé lenta, haciendo sonar los pasos en el suelo de piedra. Cada clic de mis tacones era como una sentencia.

– “Boca en el suelo”, le ordené con una voz seca, sin emoción.

Tardó medio segundo. Demasiado.

– “¿Esa es tu velocidad de respuesta, escoria?”.

Le escupí sin avisar. Un hilo espeso y caliente le resbaló por la mejilla. No se atrevió a limpiárselo. Bien.

Me paré justo frente a él. Levanté el tacón, lo apoyé en su cara como si fuera un felpudo. Se estremeció. Lo empujé con el pie hasta dejarlo completamente tumbado boca arriba.

– “Vas a besarme los pies, como la perra que eres. Y no quieres saber el castigo si noto que te saltas una zona.”

Lo hizo. Me quitó los zapatos con delicadeza y empezó por el empeine, con los labios temblorosos. Cuando llegó a la planta del pie, me senté para disfrutar viendo a esa zorra lamiéndome mis perfectas suelas. Ahí, abajo, donde merece.

Apoyé el talón directamente en su boca.

– “Abre”.

Abrió. Metí primero mi talón mientras le dije:

– “Chupa, chupa bien, cabrón. Esto es un jodido regalo para ti”.

Y claro que chupó, encantado. Se esmeró.

Le ordené parar, saqué mi talón de su boca. Y de nuevo…

– “Abre”.

Abrió la boca y hundí mi pie dentro con fuerza.

– “Ahora te voy a follar la boca con mi pie, pero ni se te ocurra vomitar”.

Y claro que se la follé… Qué gusto. Le oía hacer “gag, gggg, gag”. Seguía y seguía follándole la boca con mi pie, disfrutando de los sonidos asquerosos que salían de su garganta. Lo hacía con violencia, sin pausa, mirando y notando cómo se le caían todas las babas de su boca, viendo cómo se le salían los ojos.

– “No pares, cerdo, aunque te ahogue”.

Le cogí del pelo por detrás y le hundí aún más mi pie en su boca. Seguí y, cuando empecé a sentirlo temblar, lo aparté de un empujón.

Le di unos segundos para recuperarse. Soy así de buena a veces.

– “No creerás que ya has cumplido, ¿verdad?”.

Le volví a coger del pelo, tiré para atrás y le estampé una bofetada tan fuerte que se le giró la cara. Después otra. Y otra. Solté del pelo y fui alternando mejillas hasta que sus pómulos estaban ya rojos. Y entonces…

– “Cuenta”.

¡Zas! Bofetón. Él, obdiente…

– “Uno”.

¡Zas!

– “Dos”…

Así, hasta 13. ¿Por qué trece? Porque él pensaba que pararíamos en la diez, y no me gusta que vaya de listillo.

Al terminar la decimotercera bofetada… Estaba un poco ido. Yo de nuevo:

– “Abre”.

Volví a escupirle. Esta vez en la boca.

– “Trágatelo”.

Lo hizo. Buen esclavo. Normal, es una bendición para él recibir cualquiera de mis jugos.

Le cogí del cuello y le tiré para atrás.

– “Ahora voy a usarte como lo que eres: un agujero.”

Me quité lentamente las bragas, dejando que el olor se impregnara en el aire. Luego fui a por el strap-on. Negro. Grande. Desproporcionado para alguien como él. Me lo ajusté con calma, mirándolo fijamente mientras se removía en el suelo con los ojos muy abiertos.

– “¿Qué pasa? ¿Estás asustado? Deberías estarlo”.

Me subí encima de él sin pedir permiso. A mí no me hacen falta consentimientos. Sujeté su cara con una mano y le escupí de nuevo.

– “Ábrete”.

Le escupí en el culo. Usé mis dedos para forzarlo un poco, pero estaba tenso, como siempre al principio. Yo le enseño. Con el cuerpo. Con el dolor. Con el poder.

Eché lubricante en su agujero y en mi strapon y se lo fui metiendo poco a poco. Y poco a poco, más fuerte, hasta que conseguí follarle el culo muy duro, como me gusta.

– “Te voy a romper el culo, zorra”.

Y empujé.

– “Calla. No quiero oírte llorar, quiero oírte gemir como la puta que eres”.

Se la metía una y otra vez mientras le sujetaba del cuello con la otra mano. No para asfixiarle del todo, solo para recordarle quién mandaba. Mi pelvis chocaba contra su culo con cada embestida.

Cada empuje era más cruel. Más profundo. Más mío.

Hasta que noté cómo su cuerpo temblaba.

– “¿Te vas a correr?”.

Le escupí.

– “Ni se te ocurra hijo de puta”.

Se agitaba. Yo seguía empujando más fuerte. Le di otro tortazo, sabiendo que eso le ponía aún más cachondo.

Y, de repente, comenzó a brotar semen de su ridícula polla.

– “¡¿Pero qué haces, perra?!

Estaba totalmente ido. Se había corrido sin tocarse y su cuerpo convulsionaba mientras sus ojos perdidos miraban a la nada solamente sintiendo esa humillación y ese placer.

Me quedé dentro de él unos segundos más. Disfrutando de su cara roja, de su respiración agitada, de la vergüenza absoluta de haberse corrido siendo empalado por su Ama.

Me incorporé, sin mirarlo, y me quité el arnés con parsimonia. Luego caminé hasta él.

Recogí el semen de su cuerpo con mi pie izquierdo y se lo pasé por la cara. Esa cara de guarro pervertido.

– “Limpia”, le ordené con mi pie sobre su boca.

Usó la lengua, sumiso, derrotado, agradecido.

Yo sonreí. Y tras recordarle lo perro que era, me fui, dejándole ahí tirado, escupido, follado, con la cara llena de su propio semen, humillado, pero seguro que feliz de haber podido servirme.